Cuando la separación con la pareja es inevitable

Hace un tiempo coincidió que varios amigos (hombres) y personas cercanas tuvieron un mismo problema: su esposa los dejó, y se llevó a su hijo (o hija); es decir, lo separó de su padre sin avisar hacia donde se iba. Cada vez que una persona distinta me contaba la situación, me llenaba de molestia, no porque mis amigos fueron los dañados (comprendo que razones tuvieron  para que tomaran las esposas esa decisión;) mi molestia era, porque tomaban esta decisión sin considerar el daño que le estaban generando a sus hijos (en este caso, los hijos estaban entre 2 y 5 años).

No estoy poniendo como víctima a los hombres, sólo que en esa ocasión así coincidieron las cosas. Como lo comenté, los hijos fueron realmente las víctimas. En esa ocasión escribí este artículo, que ahora comparto aquí nuevamente.

Si los padres supieran del gran daño emocional que sufren los hijos pequeños cuando ellos se separan, seguramente pensarían las cosas antes de hacerlo. Los daños emocionales son aún más grandes cuando uno de los padres enseña al hijo (o a los hijos) a detestar a su otro progenitor. Cuando iniciamos una relación de pareja, vivimos en las nubes, nos comprometemos a ser buena pareja, a dar lo mejor de nosotros, a darles una buena educación a los hijos, a ser responsables… Lo único que nos falta es tener la firme convicción que nuestra felicidad va a depender de nosotros mismos y que nuestra pareja sólo estará para ayudarnos a crecer y a madurar, sin dependencias. Nuestra pareja nos enseña nuestras debilidades, nuestros sentimientos negativos, nuestras necedades… pero no lo hace con palabras sabias, sino con el sentimiento.

Descubrimos que somos intolerantes, enojándonos; descubrimos que tenemos miedo, temiendo; que somos dependientes, pidiendo a nuestra pareja que nos resuelva los problemas; que somos inseguros y con baja autoestima, cuando nacen los celos…, descubrimos tantas cosas, que dependerá de nosotros aceptar estos sentimientos y hacer algo para resolverlos. Pero, si hacemos caso omiso a nuestros sentimientos negativos, entonces culparemos siempre a nuestra pareja, creyendo que es la responsable de lo que sentimos.

Aquí inician los conflictos. Tu pareja no aceptará sus fallas, tú tampoco las tuyas; iniciará una lucha de egos y necedades, queriendo ganar ésta guerra sin tregua sin importar las consecuencias, porque lo único que importa es ganar. No importa si ganar incluye decirles a los hijos pequeños que su padre (o madre, según sea el caso) no es buena persona y que es mejor dejar de quererlo, porque lo más importante es tener más aliados para vencer la guerra de egos. Así como inició la unión de la pareja con los ojos vendados por el enamoramiento, de la misma manera, con los ojos vendados se inicia esta guerra de egos que no habrá ganador, sino un perdedor: los hijos.

La mayoría de las separaciones provienen de falta de madurez de la pareja. Todos iniciamos una relación inmadura. La madurez comienza en la relación cuando inicia el brote de sentimientos negativos; depende de cada quien cómo los supera.

Algunas veces, la separación es inevitable, ya sea porque los intereses mutuos cambian, porque tienen otras prioridades o por la razón que sea.

Cuando hay un acuerdo de una separación, se toma una decisión madura, es una forma de libertad válida. Una vez separados, cada quien puede hacer de su vida como mejor lo sienta. Pero cuando tienen hijos pequeños, no olviden que ellos necesitan de los dos, necesitan del calor y energía del padre y de la madre. Los hijos pequeños alimentarán su seguridad agarrados de los dos. La falta de uno de ellos, le provocará inseguridad en su futuro, y seguramente repetirán los mismos eventos cuando les toque la misma responsabilidad.

Si te has separado de tu pareja y has inculcado a tus hijos pequeños que su padre (o madre) no es buena persona, seguramente ya has provocado una fuerte barrera en su interior. Sugiero que busques la manera de volver a conectar la energía de padre/madre con el hijo, porque sus corazones se necesitan para toda la vida, con el corazón limpio de corajes. Deja que tu pequeño(a) decida por propia cuenta si desea aceptar o no a su progenitor. Sólo vigila, con honestidad, que su decisión no sea influida por ti, porque si influyes, estarás creando un gran daño en su interior. Deja de pensar sólo en ti, piensa en tu pequeño (a).

Si te has separado de tu pareja, y tú has sido separado de tu pequeño(a), sólo reza, pidiendo a Dios lo mejor para él (ella) y mándale todo tu cariño, desde donde estés. Seguramente tu pequeño(a) estará bien y tu energía lo acompañará.

Si estás a punto de separarte de tu pareja, no caigas en el error de iniciar la guerra e incluir a tu(s) hijo(s) como aliados. Hablen y acuerden que iniciarán su guerra, pero que los hijos seguirán siendo hijo de los dos, pase lo que pase.

Si tienes una pareja y aún no tienen hijos, o si los tienes y están llevando una buena relación, dialoguen juntos y comprométanse a respetar a sus hijos, pase lo que pase. Sean conscientes de que los hijos son de los dos, y ellos siempre los necesitarán a ambos, estén juntos o no lo estén.

Cuando la separación de la pareja es inevitable, recuerda que los hijos pequeños seguirán necesitando de los dos.